¿Podrá la crisis convertirse en una oportunidad para la reactivación de las relaciones entre la Unión Europea (UE) y América Latina y el Caribe (ALC)? Hacernos esta pregunta se ha convertido – tengo la impresión – en un hábito de quienes nos ocupamos de las relaciones birregionales y consideramos que las mismas transcurren por debajo de su potencial. Cada vez que un nuevo desafío surge en el horizonte, renace la esperanza de que el mismo, en lugar de concentrar atención y recursos de forma ensimismada, conduzca a la reapreciación de la cooperación con quienes se encuentran al otro lado del Atlántico. Se anhela que la difícil situación compartida fomente un esfuerzo mancomunado o, por lo menos, una posición solidaria. En estas ocasiones, expertas y expertos contribuimos a construir el deseado puente sobre el océano confeccionando listas de ventajas y oportunidades que generarían una intensificación de las relaciones entre la UE y ALC en la crisis de turno. Ocurrió con la pandemia del Covid-19 y pasa con el ataque bélico ruso a Ucrania.

Lo cierto es – me parece – que las perspectivas divergentes sobre un mismo fenómeno y las vivencias heterogéneas de un mismo suceso, si no se discuten, profundizan más bien las aguas que separan las dos regiones. La típica retórica de “socios naturales” sugiere una identidad entre la UE y ALC que tapa las significativas asimetrías existentes entre ambas, las que condicionan miradas, juicios y acciones diferentes. La pandemia produjo una crisis global, sí – pero sus efectos fueron, sobre todo en el ámbito socioeconómico, sensiblemente más graves en ALC. La invasión rusa a Ucrania es considerada como una alteración masiva del orden mundial basado en el derecho internacional, sí – pero en Europa se vive como un conflicto mucho más próximo y existencial. El manejo eurocéntrico de las vacunas contra el Covid-19 y sus patentes decepcionó a países de ALC interesados en un acceso rápido a vacunas y bienes públicos globales en el ámbito de la salud. El posicionamiento heterogéneo, en algunos casos entre ambiguo y ambivalente, de los Estados de ALC frente al conflicto ruso-ucraniano desilusiona a la UE.

Los factores causantes de este tipo de desencuentros entre la UE y LAC radican – entre otras cosas – en las diferencias históricas, de ubicación geográfica, de posicionamiento internacional, de política doméstica, de intereses económicos, de prioridades políticas, etc. La irritación que estos desencuentros provocan o incluso los mismos desencuentros podrían tal vez ser menores si se trabajaran más las diferencias cubiertas por el velo retórico de la “similitud cultural”. La “convergencia valórica”, a la que con frecuencia se alude, facilita sin dudas el entendimiento, pero no alcanza para homologar perspectivas divergentes. El multilateralismo y el orden internacional basado en normas, valorados tanto en la UE como ALC, se experimenta en cada una de estas regiones de forma distinta – lo mismo ocurre con sus grandes imperfecciones y zonas grises. Habrá necesidades y valores universales y, sin embargo, la referencia al universalismo en la política internacional en ocasiones se parece demasiado a una expectativa hegemónica de generalización de una experiencia particular desde una posición específica. En un vínculo atravesado por profundas asimetrías, el discurso de la “semejanza” puede confundirse con, sugerir o ser interpretado como un mandato de “asemejación” del más débil al más poderoso (form follows money). Por lo demás, existe a nivel de las relaciones internacionales – si no una contradicción por lo menos – una tensión conceptual entre “universalismo” por un lado y “similitud cultural” y “convergencia valórica” por el otro; esto se pone en evidencia especialmente en el campo de la ayuda humanitaria.

El concepto de “asociación estratégica”, que por cierto se contrapone al de “socios naturales”, podría quizá ser más visionario si se sustentara menos en “valores comunes” que en intereses complementarios. La creciente confrontación entre USA y China, por citar un ejemplo, reduce el espacio de maniobra tanto para la UE como para ALC. Sin embargo, consideraciones geopolíticas se prestan mejor como fuente de un impulso para la cooperación cuando van más allá de simples reacciones competitivas, ya sea porque ALC juega la carta europea contra USA o porque la UE toma cuenta con recelo del avance de nuevos actores en ALC, como ser China. Un enfoque más realista le haría justicia al hecho de que mantener encendida la llama de la relevancia mutua entre la UE y ALC se ha convertido en una tarea cada vez más ardua. Esta dificultad se da más, por un lado, a nivel birregional que bilateral y, por el otro, es más visible a nivel del diálogo político que de la amplia cooperación sectorial o las ricas relaciones transnacionales.

Estas breves reflexiones no apuntan a recomendar una política concreta ni instrumentos innovadores de cooperación a uno u otro lado. Tampoco pretenden ser un lamento de lo que no es y podría ser o una demostración detallada de la oportunidad que brinda, una vez más, la crisis actual para una renovación de las relaciones entre la UE y ALC. Más bien se propone aquí una perspectiva alternativa, una modificación del enfoque, un giro en la forma de pensar el vínculo entre ALC y la UE. Se trataría de reconocer las heterogeneidades entre y en ambas regiones, de problematizar las asimetrías y de gestionar las desigualdades. Podría decirse que la política birregional tendría chances de tornarse más fructífera si – abandonando el esencialismo homogeneizante – dejara de poner el acento en la identidad entre semejantes para – parafraseando a Hannah Arendt – partir más bien de la pluralidad en la acción hacia una cooperación entre diferentes. Creo que vale la pena.

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