El historiador francés Pierre Sorlin, uno de los primeros expertos que investigó el terreno común de la historia y el cine, escribió en su libro The Film in History: Restaging the Past: “el objeto de nuestro interés es, a grandes rasgos, el estudio del cine considerado como un documento de historia social que, sin descuidar la base política o económica, pretende iluminar la forma en que los individuos y los grupos entienden su propio tiempo.” En los últimos 130 años, el papel del cine ha cambiado esencialmente, se ha convertido en parte integrante de la historia cultural, capaz de revelar el estado imperante de una sociedad con creciente precisión. Hoy en día, con la multiplicación de las plataformas de streaming, la posibilidad de acceder a películas se ha liberado de cualquier obstáculo, generando una responsabilidad jamás vista.

En la década de los 1970, los historiadores empezaron a incluir el cine en sus investigaciones, reconociendo el inestimable valor de lo que una nación cuenta de sí misma a través de su producción cinematográfica. Una película histórica nos propone, en primer lugar, lo que los cineastas consideraron importante mostrarnos sobre el pasado en el momento del rodaje: se acerca al pasado desde la perspectiva del presente. Es la reinterpretación de una visión histórica ya establecida por otros; los cineastas trasladan a la pantalla su propia visión sobre los hechos. La representación unilateral no equivale (necesariamente) a la manipulación o la falsificación: el cineasta, ya sea por elección propia o impulsado por una ideología imperante, escoge el acontecimiento o al personaje histórico para construir su propia narrativa. No es sólo la historia la que influye en el cine, sino que el cine también influye en la historia y, sobre todo, en nuestra forma de pensar la historia.

Por consiguiente, el cine se convierte en un componente importante de la memoria histórica. Depende del cineasta (y también del sistema político vigente) qué persona o acontecimiento puede entrar en el canon cinematográfico, afectando profundamente nuestro pensamiento sobre el pasado. El objetivo de una película puede ser modelar nuestra percepción de la historia, guiar nuestro pensamiento – el público, si acepta todo sin reservas, puede tomar las escenas elaboradas por el director como verdad absoluta. La representación del pasado a través del cine es un complemento importante para el desarrollo de la memoria histórica: una obra, vinculada a los acontecimientos pasados de una nación, se convierte en parte integrante de la memoria colectiva. Los medios audiovisuales y la narrativa influyen conjuntamente en el lugar que ocupa un hecho en la memoria social compartida. A través del cine, la historia sale del ámbito de la ciencia y se acerca a su público. El cineasta neorrealista italiano Roberto Rossellini defendía que la representación cinematográfica puede ser la mejor manera de concebir la historia más allá del conjunto de nombres y fechas: nos hace perceptibles el entorno, las costumbres y las características del pasado, y posiblemente nos explica cómo se ha formado la sociedad actual.

La creciente importancia del cine en la construcción de la memoria histórica de América Latina puede observarse desde finales de los años 60, cuando nació el concepto del llamado “Tercer Cine”, según el cual la principal tarea del cine latinoamericano es mostrar y analizar la realidad y los problemas de la región. Esta aproximación se enfocaba principalmente en el presente, pero la representación del pasado también se convirtió en un elemento esencial en la formación de la identidad. Reprimidos en su país por las dictaduras, varios cineastas realizaron sus obras en el exilio en un intento de dar forma a la imagen de su nación, reflexionar sobre los crímenes de las dictaduras y, pronto, fortalecer la sociedad del país para hacer frente a los crímenes cometidos. Los casos más llamativos son los de Argentina y Chile, donde los fantasmas del pasado reaparecen en la memoria histórica: el proceso iniciado en los años 70, la confrontación abierta con el pasado a través del cine, no se ha frenado; hoy se siguen estrenando películas, premiadas en festivales internacionales, que intentan contribuir a la memoria histórica.

En Europa, la aproximación cinematográfica a la historia comenzó con retraso. En el cine europeo, la nueva ola francesa, el neorrealismo italiano o las tradiciones cinematográficas de Europa Central y Oriental determinaron si la representación crítica del pasado podía ser explícita o simbólica, en función del contexto político y/o social de la región. Mientras que en Europa Occidental el tratamiento de diversos temas (por ejemplo, el nazismo, el fascismo, la Segunda Guerra Mundial) ha estado presente desde los años 50, en Europa Central y Oriental no se atrevió a tocar acontecimientos relevantes de su pasado hasta hace poco. En esta región, el acercamiento a los hechos históricos suele estar vinculado a implicaciones políticas actuales, generando debates sobre las formas de representación, teniendo en cuenta que el tema del cine histórico puede estar directa o indirectamente asociado a cuestiones sociopolíticas contemporáneas.

En el ámbito de las relaciones entre Europa y América Latina, los aspectos mencionados pueden desempeñar un papel interesante y quizá útil. A través de las películas, una región puede obtener una imagen compleja de la sociedad, la cultura, el pasado y el presente de la otra, así como una impresión sobre cómo se han desarrollado las características que conforman las relaciones internacionales y la realidad actual de esa nación. Al mismo tiempo, los cineastas de ambas regiones pueden aprender de sus colegas: la elección entre el enfoque más objetivo y el más subjetivo, la actitud hacia los rivales políticos, la identificación de los culpables e inocentes (en el contexto de una dictadura) a través del lenguaje cinematográfico, o la incorporación del orgullo nacional y de las tragedias nacionales en el canon cinematográfico e histórico son solo algunos de los ejemplos que el cine de ambas regiones ha tratado recientemente, y estas tendencias parecen ir en aumento en el presente y el futuro. Por esta razón, los cineastas y las políticas cinematográficas, tanto en Europa como en América Latina, tienen una enorme responsabilidad, ya que se les ha otorgado un peso sin precedentes en la configuración de la forma en que pensamos la historia. Una de sus tareas fundamentales es documentar y recrear acontecimientos, generar debates y contribuir a la memoria histórica nacional y universal a través de la representación audiovisual de nuestro pasado.

 

Esta investigación fue apoyada por el Centro de Competencia de TIC y Retos Sociales del Clúster de Humanidades y Ciencias Sociales del Centro de Excelencia para la Investigación Interdisciplinar, el Desarrollo y la Innovación de la Universidad de Szeged. El autor del artículo es miembro del grupo de investigación “Difusión de las nuevas tecnologías en el mundo globalizado y sus impactos socio-culturales”.
 

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